jueves, 15 de enero de 2015

ANNA AJMÁTOVA

























Veintiuno. Noche. Lunes.
El contorno de la capital en la bruma.
Un vago inventó
que el amor existe sobre la tierra.
Por aburrimiento o por cansancio
todos le creyeron y así viven:
aguardan los encuentros, temen las despedidas
y cantan canciones de amor.
Para otros se revela el misterio
y los invade el silencio...
Yo di con esto por casualidad
y desde entonces ando como enferma.

Callando con Rilke

Duino se queda con sus ángeles, invisible,
el señor conde ha volado a Londres,
la audiencia no tiene lugar...
En cambio la baronesa... quiere recordar,
en la mesa está el libro de Marie von Thurn und Taxis,
una escritura bella y misteriosa
igual que esa época, esa época...
“En esta propiedad encontraron al huir
escondite y refugio los hijos del rey de Francia...”
Seguro que Rilke venía a tomar el té
cuando en Duino se aburría. Intuimos por qué.
Callamos a la par que su aliento invisible.
El señor barón rememora esos tiempos.
En los tres idiomas de Austria-Hungría.
“Los eslovacos eran magníficos súbditos.”
Y nos da, no obstante, su mano en retirada
para despedirse.
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El encuentro de dos mundos puede ser
un encuentro en la tercera fase.


Milan Richter (Bratislava, 1948), El silencio de los árboles en Hyde Park, La Poesía, Señor Hidalgo, Barcelona, 2007
Trad. de Alejandro Hermida de Blas