viernes, 11 de enero de 2013


La infancia del hombre que luego escribiría breve (fragmentos)

Una noche en que soñaba despierto, como siempre, buscaba a un enemigo en la habitación y lloraba.

Llegó la mañana.

Yo tenía un saquito (no me gusta esa palabra) gris, con elástico abajo. El gorro de verano tenía un elástico. Las medias también tenían elásticos, rojos.

Mi abuelo era jardinero en el Palacio Smolni. Un alemán canoso, corpulento. En su habitación había una azucarera de cristal y objetos cubiertos de percal oscuro. Detrás de su casa se curva el Neva, y sobre él se veía algo colorido y pequeño.
No puedo recordar qué era.

No me gustaba que abotonasen y desabotonasen mi ropa.
Recuerdo el gusto del baldecito verde de hierro en los dientes. En general, el gusto de los juguetes. Desilusiones.
Éramos salvajes y no teníamos educación. Los adultos no lograban dominarnos. Ellos, en general, no lo logran.

En el extremo de la ciudad, del otro lado del Neva, donde siempre soplaba el viento, se encontraba la isla Vasílievsky, donde vivía el tío Anatoli en una casa de color marrón, a una hora y media de viaje. Él tenía teléfono, y en la fiesta de Pascua servían unos huevos dorados, aunque desabridos, y pasas de uva azuladas.
Y en la mesa de su pequeña mujer había un triple espejo y una chanchita rosada de alcancía. La chanchita era para mí el fin del mundo.
                                                                  Víktor Shklovsky


sábado, 5 de enero de 2013