El trueno más allá del Popocatépetl
Negros nubarrones de tormenta
combaten contra el viento
más allá del Popocatépetl,
del mismo modo que el viento de la razón
tiene el corazón crucificado
hasta que llega el excesivo peso de la locura,
la grieta en el cerebro.
Torbellino sin razón, el pétalo de la inteligencia
desgajado del tronco, en dónde puede caer
sino en la última oscuridad, en la tierra final.
Tomar las armas para defender el viento,
salmos de la desesperación, de la destruida razón.
Blancos pájaros vuelan contra el trueno
y aún más alto, donde Chejov
dijo que se encontraba la paz,
allí donde se transforma el corazón
y al fin retumba el trueno.
Malcolm Lowry (Birkenhead, 1909-Ripe, 1957), traducción de Juan Luis Panero,
martes, 2 de abril de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
La infancia del hombre que luego escribiría breve
(fragmentos)
Una noche en que soñaba despierto, como siempre, buscaba a
un enemigo en la habitación y lloraba.
Llegó la mañana.
Yo tenía un saquito (no me gusta esa palabra) gris, con
elástico abajo. El gorro de verano tenía un elástico. Las medias también tenían
elásticos, rojos.
Mi abuelo era jardinero en el Palacio Smolni. Un alemán
canoso, corpulento. En su habitación había una azucarera de cristal y objetos
cubiertos de percal oscuro. Detrás de su casa se curva el Neva, y sobre él se
veía algo colorido y pequeño.
No puedo recordar qué era.
No me gustaba que abotonasen y desabotonasen mi ropa.
Recuerdo el gusto del baldecito verde de hierro en los
dientes. En general, el gusto de los juguetes. Desilusiones.
Éramos salvajes y no teníamos educación. Los adultos no
lograban dominarnos. Ellos, en general, no lo logran.
En el extremo de la ciudad, del otro lado del Neva, donde
siempre soplaba el viento, se encontraba la isla Vasílievsky, donde vivía el
tío Anatoli en una casa de color marrón, a una hora y media de viaje. Él tenía
teléfono, y en la fiesta de Pascua servían unos huevos dorados, aunque
desabridos, y pasas de uva azuladas.
Y en la mesa de su pequeña mujer había un triple espejo y
una chanchita rosada de alcancía. La chanchita era para mí el fin del mundo.
sábado, 5 de enero de 2013
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